LITURGIA Y ORACIÓN

 

El día de Pentecostés, por la efusión del Espíritu Santo, la Iglesia se manifiesta al mundo. El don del Espíritu inaugura un tiempo nuevo en la «dispensación del Misterio»: el tiempo de la Iglesia, durante el cual Cristo manifiesta, hace presente y comunica su obra de salvación mediante la Liturgia de su Iglesia, «hasta que él venga». Durante este tiempo de la Iglesia, Cristo vive y actúa en su Iglesia y con ella ya de una manera nueva, la propia de este tiempo nuevo. Actúa por los sacramentos; esto es lo que la Tradición común de Oriente y Occidente llama «la Economía sacramental»; esta consiste en la comunicación (o «dispensación») de los frutos del Misterio pascual de Cristo en la celebración de la liturgia «sacramental» de la Iglesia. (Catecismo de la Iglesia Católica, número 1076)

Este párrafo del Catecismo de la Iglesia Católica resume perfectamente la importancia de la Sagrada Liturgia en la vida de la Iglesia, ya que a través de ella, Cristo se hace presente y nos comunica su obra de salvación. Plenamente conscientes de ello en nuestra Basílica de Santa María, la Pastoral litúrgica, tanto en el aspecto celebrativo como en el aspecto formativo, constituye una de las actividades fundamentales de la Parroquia de Santa María la Mayor a la que se dedican los mayores esfuerzos por parte de todas las personas que intervienen en ella.
 
La acción cultual y santificadora de la Liturgia se realiza, en concreto, en la celebración de los siete Sacramentos – especialmente la Sagrada Eucaristía – y los sacramentales de la Iglesia, la Liturgia de las Horas y el año litúrgico.
 
Ante todo, con el sacramento de la Eucaristía, que es la “fuente y cumbre de toda la vida cristiana” (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 11). El mismo concilio la describe con estos bellos términos, en los que incide además en su especial identidad con el Misterio Pascual: “Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con lo cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y a confiar a su Esposa, la Iglesia, el Memorial de su Muerte y Resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera” (Sacrosantum Concilium, 47).
 
En nuestra Basílica se celebra la Santa Misa diariamente, y varias veces los domingos y los días festivos, de tal modo que los fieles puedan fácilmente participar en este encuentro con Jesús Resucitado. 
 
Prolongación del Santo Sacrificio de la Misa es la adoración al Santísimo Sacramento reservado en el sagrario. Además, el Santísimo Sacramento está expuesto en la capilla del Sagrario por las mañanas, permitiendo a los fieles, en un espacio recogido y apropiado para el recogimiento, la adoración y oración personal ante el Señor Sacramentado.  Esta adoración también se realiza solemnemente los jueves por la tarde.
 
Así pues, nuestra Comunidad tiene como objetivo fundamental convertirse cada día más en «Comunidad eucarística», de tal forma que la celebración de la Santa Misa, y su prolongación natural, el culto a la Eucaristía, sea la piedra angular sobre la que se apoya la vida litúrgica y espiritual de nuestra Basílica.
 
En la Basílica de Santa María también se celebran habitualmente el resto de los sacramentos – excepto el Orden sacerdotal, como es lógico – como es habitual en las comunidades parroquiales. Mediante el Bautismo nos incorporamos a Cristo (cf. Rm 6, 3), convirtiéndonos en hijos de Dios y miembros de su familia santa, que es la Iglesia. Por la Confirmación, administrada habitualmente dos veces al año, los fieles «se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del espíritu Santo, y con ello quedan obligados más estrictamente a difundir y defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo, por la fe juntamente con las obras» (cf. Lumen Gentium, 11)
 
Para la administración del sacramento de la Penitencia, por el que los fieles «obtienen de la misericordia de Dios el perdón de la ofensa hecha a Él y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia» (cf. Lumen Gentium, 11), se procura que haya siempre sacerdotes disponibles en el recinto de la iglesia cuando el templo está abierto. Si el sacerdote no está en el confesionario, los fieles pueden entrar en la sacristía y solicitar la administración de este sacramento.
 
El sacramento de la Unción de enfermos no es sólo el sacramento de quienes se encuentran en los últimos momentos de la vida, por lo que el tiempo oportuno para recibirlo comienza cuando el cristiano ya empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez. En nuestra Basílica se administra en una celebración comunitaria cercana a la Pascua del Enfermos, en el mes de mayo, y en cualquier momento a los fieles que lo solicitan.
 
Por último, mediante el Sacramento del Matrimonio, los esposos cristianos expresan el misterio de la unión y del fecundo amor entre Cristo y la Iglesia, a la vez que participan de él; mutuamente se ayudan a santificarse en la vida conyugal y en la procreación y educación de los hijos, y tienen, así, una misión y una gracia propias en el Pueblo de Dios. Debido a la importancia de la alianza conyugal, que es el consentimiento irrevocable mediante el cual los cónyuges, con plena libertad, se entregan y reciben mutuamente, la preparación del matrimonio ha de ser especialmente intensa. En nuestra Basílica se imparten los cursillos prematrimoniales comunes que organiza el Arciprestazgo de Linares, además de una preparación específica de la liturgia del sacramento unos días antes de la celebración de éste.
 
La Liturgia de las Horas es la oración que a lo largo de los siglos, la Iglesia ha organizado siguiendo el ritmo del día, y especialmente por la mañana y por la tarde, mediante la cual santificamos la jornada entera, es decir, la orientamos hacia Dios, dándole un tono de alabanza y de súplica a lo largo de las horas del día. Además, esta oración no es sólo nuestra, sino que participamos en la oración de toda la Iglesia, y más aún, entramos en la oración de Cristo Jesús.
 
La revalorización de la Liturgia de las Horas y la recuperación de su carácter eclesial y comunitario, recomendándolo insistentemente para los laicos, es una de las grandes aportaciones del Concilio Vaticano II en el campo litúrgico. 
 
Por último, relacionado con este campo de Pastoral litúrgica tenemos las manifestaciones de la piedad popular. Ciertamente, los Papas aprecian la piedad popular y la consideran un elemento fundamental para la nueva evangelización. Así, a tal respecto, el papa Francisco nos ha enseñado recientemente: “En la piedad popular, por ser fruto del Evangelio inculturado, subyace una fuerza activamente evangelizadora que no podemos menospreciar: sería desconocer la obra del Espíritu Santo. Más bien estamos llamados a alentarla y fortalecerla para profundizar el proceso de inculturación que es una realidad nunca acabada. Las expresiones de la piedad popular tienen mucho que enseñarnos y, para quien sabe leerlas, son un lugar teológico al que debemos prestar atención, particularmente a la hora de pensar la nueva evangelización.”(Evangelii Gaudium, 126).
 
Entre estos elementos de la piedad popular que se realizan en nuestra Basílica destaca el Santo Rosario – recomendado por tantísimos Papas – rezándolo diariamente antes de la Eucaristía vespertina, y otras devociones a la Virgen María, como el Ángelus o el mes de mayo. También destacan otras devociones asociados a diversos tiempos litúrgicos, como el Via Crucis los viernes de Cuaresma, o los diversos triduos, novenas y procesiones, que gozan de tanto aprecio por parte del pueblo fiel.