La versión de las bienaventuranzas que nos presenta Lucas hoy es algo particular, igual que en el resto de los relatos de forma principal el Señor señala como bienaventurados a los que sufren, alterando, como es propio del evangelio, el orden establecido en el mundo de los hombres. Seguramente que ninguno de nosotros, ni aún después de haber escuchado mil veces los relatos evangélicos señalaríamos como afortunados a los pobres, a los que lloran, a los perseguidos…

Escuchar las bienaventuranzas casi me pone triste porque seguramente ni yo, ni muchos de los que los domingos vamos a la Eucaristía somos de los desheredados del mundo. Tenemos pobrezas, sin duda, probablemente el pecado sea la peor de ellas, pero verdaderamente, necesitamos una conversión inmediata, me atrevería a decir, hacia los valores del evangelio, a su propuesta de virtudes.

Sin embargo, lo verdaderamente distintivo de la propuesta de Lucas es ese lamento puesto en boca de Jesús, por los ricos, los saciados, los que ahora reís, y los que todo el mundo habla bien de ellos. No son muchas las veces que Jesús se lamenta en los evangelios, y para mí son muy significativos los momentos en los que se compadece de aquellos que están dispuestos a dejar vencer al mal, o aquellos que sencillamente, prefieren la mediocre comodidad.

Lo común a estos cuatro grupos de personas por los que se lamenta Jesús, es que no necesitan nada. Bueno, más bien se creen que no necesitan nada, porque están tan llenos de todo, que no tienen espacio para nada más, ni siquiera para soñar, imagínense para tener una mirada limpia que entienda los horizontes de los demás, y que sepa abrazar sus límites, simplemente imposible. Y no me extraña que Jesús se compadezca de ellos, porque viven a medio gas, un formador mío nos decía que vivimos en la epidermis, es decir en la capa más superficial de la vida, sin correr el riesgo de lanzarnos a la profundidad del ser, perdiéndonos la verdadera experiencia del amor, la verdadera experiencia de la Dios.

No recuerdo bien quien escribió esto: «largo se le hace el día a quien no ama, y el lo sabe», creo que es verdad y que todos los que se creen ricos, los que se creen saciados, los que ríen artificialmente, sarcásticos aduladores, o los que nunca toman partido para poder ser aceptados por todos, son en realidad pobres mendigos del amor de Dios, del amor de los otros, sedientos que prefieren los charcos por no arriesgarse a zambullirse en los manantiales de agua viva.

Por ellos hoy una oración.