Si algo recuero de mi infancia, con una sonrisa, sin ningún trauma, es que mi madre y mis abuelas siempre decían que era un desobediente, de hecho mi madre, cuando me meto en alguno de mis líos, un voluntariado acá, una peregrinación allá, un retiro acullá… repite siempre lo mismo, eres un desobediente desde que eras niño.

Tal vez habría que preguntarle a mis formadores o a mis superiores si soy desobediente. Bueno, pensándolo bien un formador me dijo una vez con cajas algo destempladas, tú, haces siempre lo que te da la gana, no obedecerás nunca, serás siempre un mal religioso. Tal vez tenía un mal día, o tal vez no, el día que me encuentre cara a cara con el Señor lo sabremos.

En cualquier caso, he de reconocer, que no soy muy dócil, efectivamente no me doblego fácilmente a los caprichos de los que mandan. Tal vez me pasa lo que al Cid, que buen súbdito si tuviese buen Señor. Pero tampoco es cierto, porque yo tengo el mejor Señor, el único Señor, el verdadero Señor.

Pero me pasa lo que dice el evangelio, que pese a confesarlo con todo mi corazón, con todas mi fuerzas, con toda mi alma como Señor de la Vida, como Señor de mi vida, pues no acabo de hacer lo que él me dice. A veces porque no me entero, a veces porque me hago el loco, a veces simplemente me faltan las fuerzas.

Menos mal que el Señor me tiene muchísima paciencia, y menos mal que me doy cuenta de lo desobediente que soy, que es mucho peor no darse cuenta. Si te das cuenta, con la ayuda de la gracia puedes cambiar, sino te dar cuenta… Así que gracias Señor por tenerme paciencia e ir domando a este potrillo desobediente, que necesita de tu caricia y tus cuidados para aprender a galopar en la libertad de tus hijos.